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La teodicea en las Escrituras hebreas


Cómo la Biblia hebrea plantea el problema del mal y el sufrimiento

                           Luis A. Rivera Rosario, Ph. D.                                                                              luis.rivera90@upr.edu // takardia@hotmail.com


Introducción
Al comenzar este trabajo monográfico me hago eco de las mismas palabras de Adolphe Gesché, en su obra “El mal”, donde nos dice que “el mal es una realidad innegable”[1]. Los temas del mal y del sufrimiento han galopado a través del tiempo y han pasado por el filo de mentes brillantes, pero se siguen eludiendo sin posibilidad de una respuesta satisfactoria.
Personalmente tengo un problema intelectual con el tema. Cuando trato de meditarlo y analizarlo, sólo veo dos puntas sin una línea cohesiva. O trato de razonar, con el mismo resultado como si entrara en un denso bosque sin brújula ni dirección, o me abandono sin remedio a un trillado y milenario argumento de un misterio, de lo finito ante lo infinito, del hombre imperfecto y limitado ante la perfección e infinitud de Dios, entre otras expresiones de resignación.
Los mejores intentos son aquellos que visten el tema de un vocabulario filosófico, y Adolphe Gesché no se escapa de esa realidad. Unos textos son más complicados que otros, dependiendo del razonamiento, intención y profundidad filosófico-teológica del autor, pero son dignos los esfuerzos que se hacen para que podamos entender razonablemente el tema del mal/sufrimiento en el mundo. En este trabajo mi propósito es presentar cómo se plantea el problema en las Escrituras hebreas, y para eso, haremos un recorrido por la Biblia hebrea que nos permitirá ver lo que se ha llamado el punto de vista clásico del sufrimiento[2]. Finalmente, haré una evaluación personal y conclusión.

La Biblia hebrea
Para hablar de teodicea en la Biblia hebrea comencemos redefiniendo en alguna medida el concepto. Tenemos que remover el contenido filosófico y, dentro de éste, la idea básica de la no existencia de Dios, de atribuir culpa a Dios y elaborar justificantes que liberen a Dios de la realidad del sufrimiento. Al sacar el concepto del ámbito filosófico y llevarlo al terreno bíblico, ya no estamos tratando de la existencia o no existencia de Dios, ni de la justificación de Dios por argumentación filosófica, sino que se trata de cómo entender y cómo relacionar a Dios con la realidad del sufrimiento. De hecho, en los autores bíblicos no se plantea la no existencia de Dios, se da “de facto”.
La religión del antiguo Israel estaba enraizada en tradiciones que habían pasado de una generación a otra por muchos siglos. Los libros de la Biblia hebrea son el rabo de este largo período de tradición oral y algún material escrito. Israel produce su historia. Esa producción está basada en el dolor y el sufrimiento, pero también en una inquebrantable esperanza en Yahweh. A través de toda la Biblia hebrea lo que permea es la relación particular de Dios con Israel. De esa relación surge lo que se conoce como “el punto de vista clásico del sufrimiento”. ¿De qué trata ese punto de vista bíblico? Trata de una relación de obediencia/desobediencia, bendición/castigo.
Para efectos de ilustrar el punto medular de este trabajo, vamos a recorrer lo que tradicionalmente conocemos como el Antiguo Testamento (de ahora en adelante AT), desde su presentación y organización canónica. El AT, desde Génesis hasta Malaquías[3], plantea el punto de vista clásico del sufrimiento con los dos protagonistas principales: Yahweh en su relación especial con su pueblo elegido, Israel. En todas las etapas del desarrollo de la nación de Israel tenemos,  por un lado, a Yahweh requiriendo obediencia a sus demandas, con prosperidad y bendiciones como resultado, pero castigando su pueblo de múltiples formas por la desobediencia. La obediencia trae bendiciones, la desobediencia trae maldiciones. Hay una relación circular íntima entre pecado, castigo, arrepentimiento y restauración. De esto es que trata el punto de vista clásico del sufrimiento. Si el pueblo obedece, es bendecido y prospera; si peca, es maldito y sufre. Ciertamente hay un patrón y lo podemos ver así: Obediencia/desobediencia-prosperidad/castigo- resulta en dolor y sufrimiento. La mejor manera de ver esta realidad es recurriendo a la Biblia para ver este modelo en acción.

Pentateuco
El Pentateuco trata de la relación de Dios con la raza humana que él creó y con el pueblo que él específicamente escogió. Lo hizo su pueblo y le dio sus leyes; ellos rompieron sus leyes y él los castigó. Para los autores bíblicos la historia trabaja en relación a Dios: las experiencias del pueblo de Israel sobre la tierra son determinadas por su relación al Dios que los llamó. Aquellos que obedecen (Abraham) son benditos; aquellos que desobedecen (Sodoma y Gomorra) son malditos. Desde esta perspectiva bíblica, el sufrimiento no viene de las vicisitudes de la historia, sino por causa de la voluntad de Dios.
En el Pentateuco hay dos delineamientos principales, por un lado, la relación de Dios con el hombre y la humanidad en general y, por otro, su relación con una nación, y a través de ella, con el resto de las naciones.
  1. Adán y Eva. Donde primero vemos el patrón es en el mito bíblico de la creación. A grandes rasgos, Dios crea la primera pareja y la coloca en un jardín, que es un paraíso. Dios imparte instrucciones específicas que deben ser obedecidas, de lo contrario, sobreviene castigo. La primera pareja cae, falla, desobedece, peca, y Dios pronuncia un castigo triple en forma de maldiciones. Ese castigo implica trabajo, dolor y sufrimiento. El dolor es consecuencia de la desobediencia y viene como un castigo de Dios. Este primer episodio sienta las bases del resto del AT. (Génesis 2 y 3)
  2. El diluvio. La raza humana, que proviene de padres desobedientes, se corrompe en toda clase de maldad, al punto, que Dios decide barrer con ella y comenzar de nuevo. De ahí que surja el mítico episodio de Noé y el diluvio, cuyos paralelos son hartos conocidos por siglos en toda la cuenca del Mediterráneo.
         Génesis 6:7 Reina-Valera (RVR1960):
         7 “Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho”.

En verdad no sé qué hicieron los animales para merecer semejante castigo, pero aquí vemos a Dios en acción. La desobediencia provoca la ira de Dios, y trae como consecuencia el castigo; así, Dios mató todo ser viviente. (Génesis 6-9)
  1. Abraham y Lot. De acuerdo a la narrativa el mundo es repoblado, pero nuevamente desobedece y se corrompe. Dios escoge un hombre para establecer una relación especial con él y formar una nación. Abraham tenía un sobrino llamado Lot, que vivía en la ciudad de Sodoma. Sodoma, y su gemela Gomorra, estaban llenas de maldad. Dios envía mensajeros divinos para destruir las ciudades:
         Génesis 19:13 Reina-Valera (RVR1960):
13 “porque vamos a destruir este lugar, por cuanto el clamor contra ellos   ha    subido de punto delante de Jehová; por tanto, Jehová nos ha enviado para destruirlo”.

Con instrucciones precisas, Lot y su familia salen de prisa del lugar y Dios destruye con fuego las ciudades, no sin antes quedar en estatua de sal la esposa de Lot, porque miró hacia atrás para ver la destrucción, desobedeciendo las instrucciones de los ángeles, que eran las instrucciones de Dios. De nuevo, la desobediencia trae la ira y el castigo.(Génesis 19).

Éxodo y el resto del Pentateuco
En este período vemos en mayor grado y amplitud el patrón clásico que venimos exponiendo. Dios libera al pueblo de la esclavitud en Egipto y lo conduce hacia la tierra prometida a través del desierto. En el Monte Sinaí le da las leyes que regirán al pueblo. Lo que ocurre de ahí en adelante es una relación de obediencia/desobediencia-bendiciones/castigo, al punto que Dios determinó que prácticamente ninguno de los que salieron de Egipto entrarían a la tierra prometida, y estuvieron divagando por el desierto por 40 años. Por su incredulidad, desobediencia y pecado, recibieron la ira y el castigo de Dios. Ya al final de los días de Moisés, en Deuteronomio 28, Moisés le habla claro y preciso al pueblo que si quiere prosperidad deberá guardar la Ley de Dios. Si desobedece, será maldito y experimentará horribles sufrimientos. Ese capítulo, a partir del versículo 15, es la clave para entender la teología, no sólo del Pentateuco, sino del AT completo. Es un capítulo ciertamente terrible donde, explícitamente, Dios promete bendiciones a los que le obedecen y maldiciones a los que desobedecen.

Josué y Jueces
Estos dos libros, al igual que los de Samuel y Reyes, forman lo que conocemos como la Historia Deuteronomista. Narran cómo el pueblo finalmente conquistó la tierra prometida (Josué), cómo las tribus vivieron como comunidades separadas antes que un rey fuera señalado para ellos (Jueces), cómo surgieron los primeros reyes, Saúl, David y Salomón (Samuel/Reyes), y también cómo el reino fue dividido después de la muerte de Salomón, hasta la destrucción del Reino del Norte, por los Asirios en el 722ª.e.c., y la destrucción del Reino del Sur, por Babilonia en el 586ª.e.c.
Todos esos libros cubren un período de unos 700 años[4], y la tónica persistente, la perspectiva dominante en todos ellos, es la de pecado y castigo. Cuando Israel obedece a Dios, sigue su voluntad y mantiene su Ley, crece y prospera; cuando desobedece, es castigado. El pueblo finalmente paga el último precio del pecado y la desobediencia, esto es, la destrucción por ejércitos extranjeros. Josué es el personaje que, guiado por Dios, conquista y se establece en la tierra prometida. Pero estos movimientos guerreros implicaron gran derramamiento de sangre, y sangre inocente. Josué, siguiendo las instrucciones de Dios, logra que se derribe el muro que protegía a Jericó, y con sus ejércitos entró y esto fue lo que pasó:

          Josué 6:21, Reina-Valera (RVR1960):

         21 “Y destruyeron a filo de espada todo lo que en la ciudad había; hombres y mujeres, jóvenes y viejos, hasta los bueyes, las ovejas, y los asnos”.

Tenemos el mismo patrón. A través del libro de Josué, los ejércitos de Israel tenían éxito en batalla cuando seguían las directrices divinas, pero cuando se desviaban de esas directrices, Dios los castigaba con derrota.[5]
Jueces plantea la misma idea, el cual describe cómo las 12 tribus de Israel vivieron en la tierra prometida antes que tuvieran un rey que los gobernase. Es un período como de 200 años de alguna manera caótica. Pero hay un tema que domina. Cuando Israel era fiel a Dios prosperaba; cuando se apartaba de Dios, adorando dioses de tierras vecinas, entonces Dios los castigaba. El libro está lleno de incidentes de dominación extranjera. Como fue un período donde no había rey establecido, pues el pueblo actuaba a discreción, “…en estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía”, Jueces 21,25.
Pero lo que les parecía a ellos no era lo que le parecía a Dios, porque hay un claro, y hasta gracioso patrón de pecado-opresión extranjera/arrepentimiento-juez-liberación. Cada vez que el pueblo pecaba, Dios los entregaba al dominio de alguna nación; cuando se arrepentían, Dios les levantaba un juez para liberarlos y restaurarlos.

Los reyes (reino unido y división) – 1, 2 Samuel, 1,2 Reyes
Tomados en conjunto por razones de espacio, estos libros nos ubican en el tiempo del reino unido y el reino dividido. Samuel nos introduce con la petición del pueblo de que querían rey como las demás naciones. Querían pasar de un gobierno teocrático a un gobierno semejante a la demás naciones. Dios accede, y por intermedio de Samuel, el pueblo constituye el primer rey, Saúl. El reino unido tuvo tres reyes, Saúl, David y Salomón, su hijo. La característica de los gobernantes durante este período fue de altas y bajas. Estos monarcas se muestran buenos y piadosos, y en otras ocasiones perversos e infieles. Saúl, por sus muchos defectos y pecados, fue descalificado por Dios para seguir siendo rey. La desobediencia marcó su destino (1 Samuel 13, 11-14), y Dios ordenó a Samuel que escogiera a David, un varón conforme al corazón de Dios (1 Samuel 13,14).
Con David el reino llegó a su máxima expresión en expansión, riqueza y prosperidad. Pero David falló a Dios cometiendo pecados, entre los cuales se destaca el episodio con la bella Betsabé, en el cual, David manda matar al esposo y se adueña de la viuda. Aquí también tenemos la famosa intervención del profeta Natán. Dada la promesa de Dios en relación a la sucesión, el hijo de David, Salomón, se convierte en el tercer y último rey de Israel.
Con Salomón, de acuerdo a la narrativa, el reino mantuvo su relativa prosperidad y la fama del rey se extendió por los confines conocidos, especialmente por su sabiduría; también se le atribuye la construcción del famoso Templo. Pero moralmente, Salomón fue igual o peor que su padre, pues, entre sus pecados, se destaca su unión y amoríos con muchas mujeres extranjeras, práctica que estaba prohibida por Dios[6]. Pero el asunto no se detuvo ahí, el problema fue que Salomón se dejó influir por las mujeres extranjeras y cayó en idolatría y edificó altares a otros dioses. Esto provoca la ira de Dios, quien decidió quitarle el reino (1 Reyes 11, 1-40).

            1 Reyes 11:11 Reina-Valera (RVR1960):

            11 “Y dijo Jehová a Salomón: Por cuanto ha habido esto en ti, y no has guardado mi pacto y mis estatutos que yo te mandé, romperé de ti el reino, y lo entregaré a tu siervo”.

Durante el reino unido con sus tres reyes, tenemos el mismo patrón, que la prosperidad depende de obedecer y hacer la voluntad de Dios, de lo contrario, Dios responderá con castigo, de maneras inimaginables, como pena por la desobediencia.
El reino dividido. El reino unido llega a su fin e Israel se divide en dos naciones con sus propias características, conocidos como el Reino del Norte y el Reino del Sur. El RN tuvo 19 reyes, y el RS 15. Nuevamente tenemos el patrón clásico del sufrimiento. El autor Deuteronomista nos transmite la relación de fracaso de los reyes con Dios, que desembocó en destrucción por parte de las potencias mesopotámicas. Una y otra vez se señala que el éxito de cada rey dependía, no de su inteligencia política o sus destrezas diplomáticas, sino de su fidelidad a Dios. Los que obedecen son bendecidos; los que desobedecen son malditos. La situación de pecado y maldad llegó al máximo de la paciencia de Dios que decidió destruir los reinos. El Reino del Norte cayó ante Asiria, y el Reino del Sur ante Babilonia. Aquí las expresiones lapidarias: Reino del Norte (2 Reyes 17, 5-18), Reino del Sur (2 Reyes 22, 16-17).

Los profetas
Con solo una limitada muestra del abarcador tema de los profetas será suficiente para nuestro propósito. Se mantiene el patrón clásico del sufrimiento. Los profetas antes, durante y después del exilio, llevan la misma línea de que el pecado provoca la ira Dios y trae consecuencias trágicas. Veamos de forma comprimida.
  • Amós          
 “Prenderé fuego en la casa de Hazael”. (1,4)// “Y quebraré los cerrojos de Damasco”. (1,4)
Envié contra vosotros mortandad tal como en Egipto; maté a espada a vuestros              jóvenes…”. (4,10)
  • Oseas
Ni tendré misericordia de sus hijos, porque son hijos de prostitución”. (2,4)
“Samaria será asolada, porque se rebeló contra su Dios; caerán a espada; sus niños serán estrellados, y sus mujeres encintas serán abiertas”. (13,16)
  • Isaías
“! Oh gente pecadora…provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás”. (1,4)
“Por tanto, dice el Señor.. tomaré satisfacción de mis enemigos, me vengaré de mis                adversarios”. (1,24)
“Tus varones caerán a espada, y tu fuerza en la guerra”. (3,25)
  • Jeremías
“Y comerá tu mies y tu pan, comerá a tus hijos y a tus hija...”. (5,17)                                        “…serán como estiércol sobre la faz de la tierra; con espada y con hambre seránconsumido s, y sus cuerpos servirán de comida a las aves del cielo y a las bestias de la tierra”. (16,4)
“Y les haré comer la carne de sus hijos y la carne de sus hijas, y cada uno comerá la carne de su amigo..”. (19,9)

Evaluación personal y conclusión
Queda en el tintero una consideración de proverbios y Job, que plantean el problema de manera un poco diferente, el período Intertestamentario y la literatura apocalíptica, además de considerar la teodicea en las culturas de la cuenca del Mediterráneo. Pero la exposición bíblica que hemos hecho ha demostrado cómo el pueblo hebreo entendía su relación con Yahweh.
Página tras página los libros de la Biblia hebrea siguen el patrón de desobediencia/castigo y están llenos de extremas advertencias acerca de cómo Dios infligirá dolor y sufrimiento sobre su pueblo por la desobediencia, sea a través de hambrunas, sequías, pestilencias, estrechez económica, agitaciones políticas, derrotas militares, con desastrosas consecuencias sobre la población. Dios trae desastres de todas clases para castigar a su pueblo por sus pecados y ungirlos a retornar a él.
Personalmente me he preguntado cómo entender la visión de esa relación entre Yahweh e Israel, y creo que los estudios críticos nos han dado una buena respuesta, por lo menos en cuanto a la Biblia hebrea se refiere. Se puede plantear una buena alternativa. Podemos hacer una teodicea o una defensa que libere a Dios de la culpa del sufrimiento y quede en una posición justa y correcta. Si vamos a ver la Biblia con la lupa de una inspiración verbal e inerrante, o sea que es la palabra exacta y literal de Dios, y sin ningún tipo de error, entonces, vamos a tener un serio problema a la hora de justificar las acciones de Dios en el AT. Si, en cambio, podemos ver la Biblia desde la óptica histórica y crítica, desde los descubrimientos en el Medio Oriente y data arqueológica, y desde su ubicación cultural en la cuenca del Mediterráneo, entre otras consideraciones, entonces, podremos comprender por qué dice lo que dice y en la forma en que lo dice. Podremos comprender que Israel es un pueblo que hace su historia, que se identifica como un pueblo entre las naciones, que recoge de sus tradiciones orales y escritas, de sus memorias, de sus recuerdos, y forja su presente, su identidad. Un pueblo que tiene una visión particular de su relación con Yahweh. Una relación y una visión adaptada a su propio tiempo, y que se nos escapa de nuestra comprensión. Entonces, no es lo que Dios literalmente dijo, sino cómo los autores conceptualizaron y escribieron su historia.
Ahora, el problema queda insoluble cuando, fuera de las Escrituras, nos enfrentamos con el problema del mal, pecado y sufrimiento vs el amor y la bondad de Dios, porque somos testigos de la realidad del día a día en nuestro mundo. Por eso entra la filosofía en el escenario, para tratar de encontrar una justificación y un balance ante semejante trompicón. Podemos hacer una teodicea justificativa en las escrituras hebreas, pero cuando miramos nuestro mundo, nuestra historia, se nos hace imposible hacer un balance entre el dolor y sufrimiento, que va más allá de la acción del hombre, con la existencia de Dios y sus atributos: amor, santidad, justicia, omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia, etc. Podremos usar muletillas, que Dios es soberano, que es la voluntad de Dios, que es el plan de Dios, que Dios obra por senderos misteriosos, que nuestra mente finita jamás podrá comprender la infinitud de Dios, que estamos ante un misterio, etc., pero seguirán siendo muletillas. Entonces, ¿Qué hacemos? ¿Qué actitud asumiremos?
Bueno, podemos ser:
  • Ateos – vivir convencidos de la no existencia de Dios.
  • Agnósticos – vivir sin creer ni negar la existencia de Dios.
  • Deístas – vivir creyendo en la existencia de un Dios creador, pero que no interviene en los asuntos del mundo.
  • Asumir la posición del perro (metáfora del texto griego) – en el buen sentido, es vivir en un acercamiento genuino, alegre, sin barreras, en plena confianza y en un desborde de emoción, reconociendo que estamos al lado de nuestro Señor (kurios, amo), y que de él solo recibiremos amor, afecto y consuelo. Pero también con la energía suficiente para exigirle que, al final de nuestro camino, revele todo lo que en esta vida no se puede comprender.

Bibliografía

Coogan, Michael D. The Old Testament. New York: Oxford University Press, 2006.
Crenshaw, James L., ed. Theodicy in the Old Testament. Philadelphia: Fortress Press, 1983.
Davis, S.T., ed. Encountering Evil: Live Options in Theodicy. Atlanta: John Knox Press, 1981.
Dickerson, G.F., ed. Theodicy, Suffering, Good and Evil. Chicago: ATLA, 1981.
Ehrman, Bart D. God’s Problem. New York: Harper Collins Publishers, 2009.
Freedman, David Noel., ed. The Anchor Bible Dictionary. 6 vols. New York: Doubleday, 1992.
Kushner, Harold S. When the Bad Things Happen to Good People. New York: Schocken Books, 1981.
 
[1] Adolphe Gesché, El mal (Salamanca: Ediciones Sígueme, 2002), 169.
[2] Bart D. Ehrman, God’s Problem (New York: Harper Collins, 2008), 27.
[3] Visto desde las Biblias cristianas, sean católicas o protestantes, no desde la Biblia hebrea.
[4] Ehrman, God’s Problem, 69.
[5] Josué 8: la batalla de Hai. En este episodio, si fuera un hecho histórico, hay algo espeluznante. En el versículo 2, Jehová ordena a Josué hacer con Hai como con Jericó, destrucción total a todo ser viviente, excepto las bestias y los despojos. Mataron a todos los moradores de Hai, hombres y mujeres (lo que incluye niños, ancianos, enfermos, etc.), (24,25), pero dejaron con vida a los animales y los tomaron para sí, “conforme a las palabras de Jehová que le había mandado a Josué”, 27.
[6] Ex. 34, 11-17; Dt. 7, 1-5.

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